Chango Cárdenas: «La vida nos eligió para hacer historia»

Un portalápices de Racing, una página partidaria en su computadora y una caricatura donde se lo ve junto a Gardel y el Loco Corbatta son algunas de las maneras que él utiliza para caracterizar su inmobiliaria en el barrio porteño de Villa Devoto. No se puede afirmar que la historia fue justa con él, ya que solo le destaca un gol cuando hizo muchos y de todos los colores, e incluso se calzó el buzo de arquero. Tampoco es posible decir que esta le fue injusta, porque brindó a sus pies la posibilidad de celebrar desde Montevideo la mayor hazaña académica. En una pequeña oficina, entre cuadros con recortes de revistas y reconocimientos, la réplica de la Copa Intercontinental mira al Chango Cárdenas. Él se dispone a hablar de todo, sin ahondar en su famoso gol al Celtic.
Las generaciones de los ’90 no tuvimos, ni cerca, la posibilidad de ver ese número 9 desplegando su talento en el verde césped; más debemos extendernos en charlas con padres, abuelos, tíos o amigos, que comienzan a relatarnos -signados por el sentimiento y la admiración- sobre su debut en Mar del Plata con la albiceleste y sus goles memorables. Todos hablamos del Chango que conocimos, el delantero de Racing; pero, ¿quién era antes de llegar a Racing y ser rebautizado por Corbatta?
Juan Carlos Cárdenas era conocido como «el Polaco», allá por la década del ’50, en las afueras de Santiago del Estero. Se entretenía con las figuritas del plantel de Racing campeón de 1951, cuando el calor agobiante le impedía jugar al fútbol en el potrero ubicado en la ribera del Río Dulce, a pocas cuadras de su hogar. Su familia estaba conformada por sus padres y dos hermanas. La casa grande permitía a su padre tener una huerta y animales, y que a su familia no le falte nada. El niño jugaba al fútbol durante todo el día y por entonces se destacaba en la materia. «En el interior solía estar el famoso delegado que juntaba a los chicos del barrio y armaba un equipo. Yo siempre jugué bien, entonces me buscaban. Jugaba para mi barrio con mis amiguitos y después en el club. En nuestra cancha armábamos los ‘reducidos’, como le decíamos nosotros, donde se realizaban interbarriales», rememora Juan Carlos, quien continúa su relato contando que a los 15 años lo pusieron en la Primera División del Club Unión de Santiago del Estero y poco más tarde llegó a la Selección provincial.
En aquel entonces, AFA organizaba el torneo argentino Adrián Beccar Varela, donde las selecciones provinciales se eliminaban por zonas. En 1951, Santiago del Estero eliminó a Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja y Zona Norte y, gracias a ello, ganó el pasaje al cuadrangular que se disputaría en Bahía Blanca para definir al campeón nacional. A esta última instancia asistían delegados de los clubes grandes en busca de nuevas promesas.
Iniciado el campeonato, Cárdenas hizo 5 goles en sólo tres partidos, cifra que lo destacó como goleador. En consecuencia, quienes representaban a los cinco grandes se lo disputaban; incluso San Lorenzo pretendía que, en lugar de volver a Santiago, el jugador se quedase en su concentración. Al ser menor, la respuesta debían darla los padres. Por lo cual, debió volver a su tierra natal.
Es ahora cuando debemos, más que nunca, situarnos en el tiempo histórico. No existían los medios de comunicación ni transporte tal como los vemos hoy. Por ello, los delegados de cada institución debían viajar hacia lugares recónditos a buscar al jugador y ofertar por él. Independiente y River enviaron su gente a Santiago del Estero para contar con aquel chico de 16 años en sus formaciones, pero no hubo acuerdo. Afortunadamente, con quien fue en nombre de La Academia hubo una situación particular que facilitó el arribo a Avellaneda: «Se llamaba Oscar Casalnovo, era dirigente. Vino en verano, con mucho calor. Los que habían llegado a Santiago habían ido a buscarme directamente al Club Unión porque yo pertenecía ahí, pero el de Racing fue clarito. Dijo que no iba a ir al club, que quería venir directamente a mi casa. Quería conocerme a mí, a mi familia y mis formas de vivir. Llegó a mi barrio en los suburbios y, al ver un auto -allá casi ni existían los coches-, los vecinos se preguntaban quién había ido a la casa del Polaco. Era un día jueves como a las seis de la tarde y lo recibió mi mamá, mientras yo jugaba a la pelota en la canchita. Éramos como 30 pibes jugando, me fueron a buscar mis hermanitas y una fue una quien me anunció que me venían a ver desde Buenos Aires. No le creí y respondí que no me hinchara las pelotas, que me dejara jugar. Después vino a avisarme otro amigo. Decidí ir para casa y me siguieron 20 chicos. Entré y vi al tipo sentado en el medio de las gallinas y los perros, transpirando una camisa blanca y, mientras tanto, mi mamá estaba con su famosa jarra donde hacía limonada de soda con limón y azúcar. ¡Le dábamos eso! Entré con todos los chicos y, entonces, el tipo empezó a mirar. Estábamos todos mugrientos, llenos de tierra porque la cancha no tenía pasto. Miró a todos y preguntó quién era el pibe. ‘Es él’, anunciaron todos señalándome. Yo estaba todo sucio. Me agarró, me sentó en su pierna y me dijo que iba a ser jugador de Racing».
Finalmente se decidió que el joven viajara a Buenos Aires junto a otro jugador del Club Unión. Debían probarse y hacerse la revisación médica. Así fue que un miércoles, a la semana siguiente, ambos llegaron a la gran ciudad para ser alojados en el Hotel Castelar, ubicado sobre Avenida de Mayo. Un breve paseo por la Capital y a dormir. Al día siguiente, temprano, Casalnovo iría por ellos para emprender viaje rumbo a Avellaneda. El Impala avanzaba por Montes de Oca al ritmo que crecía la ansiedad de los adolescentes. Cruzaron el viejo Puente Pueyrredón y ya divisaban el mástil del Cilindro.
La cancha donde la Primera División llevaba a cabo sus prácticas, se ubicaba en el actual espacio de las piletas. El Polaco llegó y no podía creer aquel monstruoso estadio que tenía frente a sus ojos. Casalnovo lo llevó junto a Saúl Ongaro, el DT con quien La Academia se coronó campeón en 1961. Al verlo tan chico, el técnico creyó que debía entrenarse con las inferiores, pero rápidamente supo que se trataba de Cárdenas, aquella promesa oriunda de Santiago del Estero que Racing había mandado a buscar. Lo hicieron pasar al vestuario a cambiarse para comenzar con la práctica. «Cuando me estaba cambiando, me siento en la banqueta y de repente entran y me dan un canasto enorme con ropa. Yo en Santiago usaba unas zapatillas, el pantaloncito y a jugar. Acá me dieron vendas, slip, pantaloncito, camiseta, ¡Todo! Yo me preguntaba por qué tanta ropa para correr. Estaba feliz. Mientras me cambiaba, llegaron los de la Primera. Estaba Federico Sacchi, tenía una pinta… Vinieron Corbatta, Pizzuti, Mansilla, todos los campeones. Estando ahí, Corbatta se sentó al lado mío, me miró y dijo: ‘¿vos quien sos? Ah, sos el santiagueño, entonces sos el Chango'», recuerda quien no sabía que ese instante iba a cambiar para siempre su vida.

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El sueño del Chango
Ongaro los mandó a realizar la entrada en calor. El jovencito no podía creer que estaba corriendo junto a los campeones del ’51, aquellos que veía en las revistas. «Yo estaba sorprendido y me acuerdo que el negro Belén me dijo que juegue tranquilo, como si estuviese en mi provincia”, rememora. Aquellos hombres ya consagrados no hacían más que alentarlo. De este modo daban una enorme muestra de humildad.
«¿De qué te gusta jugar?», cuestionó el DT. «Y… Me gusta hacer goles», respondió el pibe. «Entonces vas a ser el 9 de Racing», le afirmó el entrenador.
Aquella afirmación pudo ser accidental, pensó el Chango, pero tiempo después sabemos que fue premonitoria. Lo mandó a jugar en esa posición para enfrentar al equipo titular. Aun hoy, el delantero no encuentra explicación a cómo logró estampar la pelota contra la red de Osvaldo Negri en dos ocasiones durante aquella práctica. «No podía creerlo, le hice dos goles a Negri. ¡El campeón nacional!», dice años más tarde, con la misma sorpresa que en aquel momento. La gran actuación fue premiada al concluir el ensayo: lo convocaron para viajar a Mar del Plata, donde La Academia jugaría un amistoso el siguiente domingo.

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Primer partido con la albiceleste
Racing jugaba en Mar del Plata el domingo por la noche, entonces el plantel viajó a destino el día anterior. Los más de 500 kilómetros pasaron cebando y tomando mate con aquellas estrellas.
Desayuno en la concentración del Hotel San Martín, en «La Felíz». El amistoso donde Racing visitaba a aquella Selección marplatense se jugó por la noche. Ongaro comenzó a enunciar quiénes iban a ser los once titulares: Negri; Anido, Mesías, Blanco, Peano; Sacchi, Corbatta, Pizutti; Cárdenas, Sosa y Belén. «Lo quedé mirando y pensé que se había equivocado, porque estaba Oleniak. Lo miré y me guiñó el ojo como diciendo que me quede tranquilo que jugaba yo. Ese gesto fue fantástico para mí», confiesa el Chango, sonriente.
Los campeones del ’61, tan admirados por él, le preguntaban cómo se sentía. El Loco le dijo: «quedate tranquilo que yo voy por afuera al primer palo y gol tuyo». Pero comenzado el encuentro, las pelotas iban al segundo palo. Minutos después, el Chango marcó su primer tanto con la albiceleste. Ahí llegó el problema. Él acostumbraba a celebrar sus goles con un simple apretón de manos, pero acá los jugadores se abrazan. Y te dan un beso: “Corbatta me dio un beso y me baboseó todo. ‘Qué te pasa pelotudo’, le dije. Se reía. Hice el segundo gol y, cuando me vino a abrazar, le puse el brazo. Se cagaba de risa y después me agarró de atrás, me abrazó y me volvió a besar».

«El mejor gol que hice»
Con este subtítulo entrecomillado, el lector bien podría creer que el Chango habla del tan visto, hablado e idolatrado zurdazo inatajable al Celtic en la definición de la Copa del Mundo. Pero su gol favorito fue uno hecho a Boca. Un tanto que definió en 3-2 un clásico peleado y, luego, el campeonato que consagró a La Academia en 1966: “El que ganaba, con un partido más, salía campeón. Gol de Racing, gol de Boca, gol de Racing. Empezó el segundo tiempo, gol de Boca. La cancha estaba impresionante. Faltando tres minutos pateó uno de Boca, Cejas la sacó, nuestro cuatro la agarró y le dio un pase largo a Martinoli, seguido por Marzolini. Yo vine por el andarivel del 10, pero lejos del área. Entonces Martinoli, en vez de tirar el centro, amaga y gira. Me tiró el pase por arriba del primer marcador, y yo -en el aire- la paré de pecho y, antes de que pique, se la tiré por encima de Roma. Fue el gol del campeonato. Para mí fue el mejor gol que hice, por el marco y por la calidad de la jugada.»

El equipo de José
Retirado del verde césped, Cárdenas destaca la fortaleza mental de aquel equipo: «Era un conjunto con personalidad, que si iba perdiendo seguía proponiendo, porque sabíamos que podíamos. Hay equipos que si les hacés dos goles se caen. Nosotros agarramos una época en que le dimos mucho vértigo al juego, lo hicimos práctico, rápido. Ganar por afuera para llegar a definir. El futbolista necesita mucha precisión en el juego. Los jugadores están acá, te ponen una pelota allá, tenemos esa sensibilidad, ese contacto con la pelota». A esto le agrega la capacidad de Tito Pizzuti para desarrollar una idea sintéticamente y que el equipo comprenda. «Los grandes equipos se forman como aquel. La vida nos eligió para hacer historia», se sincera.
Una de las anécdotas que recuerda de aquellos tiempos, se remite a horas antes de un encuentro en que Racing recibiría a Newell’s por la tarde. El plantel se reunía debajo del estadio, en un cuartito donde Pizzuti tenía una pizarra y daba indicaciones en cuestiones tácticas a sus jugadores. En medio de la explicación, comenzó a oírse -en forma creciente- una risa proveniente del fondo. «¿Quién es?», preguntó Tito. Los compañeros trataban de cubrir a Alfio Basile. «Pero escuchame pelotudo, ¿No ves que estoy explicando? Y no te saco solamente porque no tengo a quien poner en tu lugar», le dijo, y prosiguió en su desarrollo. Más tarde La Academia venció por 2-0 al conjunto rosarino. ¿Quién hizo los goles? Sí, el Coco. Llegados al vestuario tras el encuentro, el técnico se acercó al defensor y le dijo: «Coco, no habrás creído que lo que te dije era cierto ¿No? ¿Cómo te voy a sacar? Muy bien hoy eh». Juan Carlos Cárdenas dispara anécdotas de vivencias en el Club, todas son traídas con alegría y destaca constantemente que su paso por la institución fue una de esas cosas que ocurren en muy pocos casos, y él fue tuvo la fortuna de ser uno.

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Vamos con Tita
Elena Margarita Mattiussi era una suerte de madre para aquellos jugadores que se encontraban lejos de sus familias. Nunca fue -biológicamente- madre, pero cumplió ese rol a lo largo de toda su vida dedicada enteramente a y en Racing. Previo al partido de ida por la final del mundo, a disputarse en Glasgow, el plantel se reunió y decidieron juntar dinero para comprarle el pasaje y llevarla. “Este pasaje es para vos. Venís con nosotros a la final”, le dijeron los integrantes del grupo. “Lo que lloró esa mujer… Hasta pensamos que le había hecho mal, porque se puso colorada y no paraba de llorar. Era la primera vez que viajaba en avión. También, cuando hice el gol contra el Celtic en el Cilindro, estaba parada ahí al lado del córner a los gritos. En el gol me vienen a abrazar y yo le gritaba a ella».

Hazaña mundial
Al inicio de esta nota se mencionó que la historia le fue injusta al destacarle solo el gol memorable al Celtic que otorgó a Racing la Copa Intercontinental, siendo que hizo muchos goles más a lo largo de los 12 años en que representó a La Academia. Al respecto, el Chango recuerda: «En la ida nos bailaron y nosotros casi se lo empatamos, pero sabíamos que el 1-0 lo podíamos remontar. Cuando se jugó acá… ¡La cantidad de gente que fue!». Claro, en aquel momento, todo el anillo superior del Cilindro era popular. Las personas se sentaban igual, pero en el choque ante el Celtic estaban todos de pie y la capacidad estaba excedida. Se dice que el estadio podía albergar a 100.000 personas, mientras que en aquel 1 de noviembre fueron 120.000 quienes concurrieron a ver al equipo que representaba al país.
«Nunca vi tanta gente como ese día, pero aparte Racing causaba sensación de triunfo, la gente de otros clubes iba porque habíamos sorprendido al mundo, al futbolero», afirma el autor de la victoria académica, y continúa intentando describir sensaciones indescriptibles: «Cuando entramos a la cancha fue fabuloso. Lo más lindo que le puede pasar a un jugador de fútbol es esa sensación de que la gente te atrapa, se te mete en el oído. Sentimos que pertenecemos a alguien y tenemos que hacer algo por ellos, y ese equipo hacía porque veía gente que lloraba, que creía. Incluso en partidos previos a la final hubo varios muertos, aunque muchas cosas no se dijeron. Porque Racing jugaba con cualquiera, por ahí empataba y la gente no se iba porque sabía que en el último minuto la pelota entraba. Muchos no se aguantaban esa emoción».

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Un cambio de relación entre hinchadas
Cuando el equipo volvió al país con la Copa del Mundo, el país entero celebró. No porque toda la Argentina fuese de Racing, sino porque ni siquiera la propia Selección había obtenido el máximo título. Vale destacar la actitud del eterno rival, Independiente. Luego de la obtención del título, La Academia jugaría el clásico en la Doble Visera. Desde la dirigencia del Rojo, se habían armado arcos con palmeras por donde pasó el Equipo de José. Luego, cada jugador diablo le entregó una cinta celeste y blanca con letras doradas al jugador académico que portase su mismo número. La cancha entera aplaudió a los campeones, algo que hoy parece lejano y utópico al pensar en un futuro.

Todoterreno
Si bien el Chango hizo historia por goles emblemáticos, también influyó en otro resultado, pero desde otra línea. Precisamente, debajo de los tres postes. Este capítulo de su historia se escribió en 1971, en la cancha de Newell’s. Racing se fue al vestuario imponiéndose ante Rosario Central por 2-0. Comenzó el complemento y Aldo Poy marcó el descuento. Llegados los 15 minutos, el local tenía la posibilidad de empatar a once pasos del arco.
El Flaco Landucci pateó el penal que fue contenido por el Mono Guibaudo. Teodoro Nitti marcó que el arquero se había adelantado y lo amonestó. Se repite la escena: Landucci vuelve a patear, el portero vuelve a adelantarse y es nuevamente amonestado. Ya no quedaban cambios, restaba un penal por patearse y media hora de juego. Un jugador de campo debía atajar. «Yo voy», dijo Cárdenas, acercándose al arquero. Entonces recuerda: «El Mono lloraba porque lo habían echado. El técnico, Don Victorio Spinetto, me rogaba para que no vaya, que yo era chiquito. Yo le respondí que se quedara tranquilo, que lo iba a atajar. Cuando fui al arco, el Mono me dio la camiseta, pero me llegaba a la rodilla. Le dije a Quique Wolf que me arremangase, mientras maldecía a los brazos que tenía el deformado, ja, ja. Los guantes me quedaban enormes y los tiré a la mierda. Atajé sin guantes. Me di vuelta y vi que el Changuito Gramajo, santiagueño igual que yo, había agarrado la pelota. Le pega, yo amago que voy para un lado, me quedo en el medio y se lo atajo. Lo que fue el abrazo que me dieron… Después me patearon de todos lados pero la agarraba siempre».

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Camuflado en Montevideo
Corría el año 1997. La Academia disputaba los cuartos de final de la Copa Libertadores. El rival era Peñarol y el escenario el Estadio Centenario, donde 30 años atrás se había consagrado Campeón del Mundo.
Lejos del césped pero no de las tribunas, el Chango viajó junto a sus amigos hasta el país vecino para alentar al equipo del Coco Basile. Una incipiente lluvia mojaba a todas las almas que habían concurrido al encuentro, fue por ello que el ex delantero se compró un piloto y lo combinó con unos anteojos y gorra, a modo de «camuflaje» para ir a la popular. Quería ir junto a la gente de Racing, pese a que sus amigos le insistieron para ir a la platea juntos. Se paró justo detrás del arco donde había convertido el gol al Celtic y comenzó el partido. «Un partido regular, cero a cero y uno agarra la pelota, patea de lejos y la tira a cualquier lado. Entonces uno se da vuelta y me dice: ‘¿A usted le parece? ¿Vio ese hijo de puta donde la tiró? Yo vine acá hace treinta años y el Chango ¡desde ahí mismo la metió allá! No puede ser, tiene que mirar el video del Chango’. ¡Y me estaba hablando a mí! Me miró esperando que le responda y le dije que sí, que tendría que practicar más”, recuerda este prócer académico, y afirma que le ocurrieron varias cosas por el estilo. Se muestra muy feliz de pertenecer al mundo Racing y no se molesta cuando la gente lo saluda o le pide una foto. «Uno se debe a los hinchas», sostiene.

Tiki-Tiki
-¿Cree que la historia de Racing tiene un determinado Paladar?
-Por algo le llamaron La Academia. Cuando Racing jugó, como la palabra lo indica, fue porque tuvo grandes jugadores y era una academia de fútbol. Yo creo que hubo una época en que se dejó de hacer eso porque se contrataron técnicos en el fútbol amateur que no encajaban con el tipo de juego que tenía Racing y, en consecuencia, se abandonó la identidad. Empezaron a traer técnicos que querían que sus equipos corran y no que jueguen, y así nos fue.
-¿Cuál fue el jugador que más te marcó en lo que remarcabas de jugar a la pelota?
-Hubo muchos. Más acá, Riquelme, Bochini, Alonso, Maschio. Eran futbolistas que jugaban con la pelota. Uno que tuvo la suerte de jugar contra Beckenbauer, Pelé o Eusebio, además de ver a Di Stéfano y el Brasil del ’70.
En Racing puedo hablar de Corbatta, el Mago Capria, Rubén Paz, entre tantos otros. Hubo grandes jugadores de fútbol pero Racing nunca tuvo paciencia, por la necesidad. Está bien que la gente exija, pero también tenemos que ser pacientes.
-Usted fue técnico. ¿Le gustaría dirigir?
-Soy miembro de la Comisión Directiva de la Asociación de Técnicos y, hasta no hace mucho, di cursos. Hice algunas cosas de fútbol pero no me convencieron, me parece muy ingrato. Me hubiese gustado ser técnico de Racing, de hecho trabajé en las inferiores, pero es muy polémico todo eso. Sé que uno las condiciones las tiene porque interpreta el juego como es: la calidad y el fútbol jugado propiamente dicho, porque el fútbol es un juego y por eso vamos todos a ver un partido y decimos «Vamos a ver jugar a Racing» o «Vamos a jugar a la pelota.»
-¿Qué opina del torneo largo que se piensa implementar?
-Creo que le va a dar más posibilidades al interior del país, con la intención de federalizar el campeonato como hacen en otros países del mundo (España, México o Brasil). Me parece muy bien que las provincias tengan la posibilidad de participar y la gente del interior posea la posibilidad de ver fútbol de alta competencia. No hay que olvidarse que el 80% de los jugadores de Buenos Aires son chicos del interior, y está bien para que se profesionalice más.
-¿Qué le generó la Selección en el Mundial?
-Estaba más entusiasmado porque, como nos pasó a todos, creía que en tres cuartos de cancha era más poderosa; y fue al revés. Ganábamos por un gol de diferencia, Messi apareció muy poquito. Teníamos otras expectativas. Salió campeón el equipo que tenía que serlo. Le hizo cuatro a uno, siete al otro, porque tenían potencia ofensiva. Nos quedamos con las ganas, hubiera sido lindo ser campeones.
-¿Se ha juntado con alguna agrupación para las elecciones presidenciales de diciembre?
-Me gustaría ir a todos los actos, porque tengo la suerte de conocer a casi todos los que se postulan, pero soy apolítico. Ojalá, por el beneficio de Racing, esté el que quiere trabajar para el club con buenas intenciones. Vos podés ser inteligente o no, pero tenés que tener buenas intenciones que te ayudan a que las cosas te puedan salir bien.
-¿Y con Lalín como era la relación?
-Lalín fue lo peor que le pasó a Racing. Un tipo que no tuvo corazón, que se puso por delante de la institución y no respetó ni escuchó a la gente, sabiendo lo que significa el Club para el hincha.
-Milito, como usted, debutó en Racing, salió campeón, se fue y volvió. ¿Qué sensación le trae su regreso?
-Ojalá que tenga la suerte que no tuve yo, que volví, jugué seis meses y me retiré. Tiene todas las condiciones. Es un chico que yo tuve en la cuarta de Racing con el Bocha Maschio. Es consciente, trabajador, humilde, simple y sabe lo que es el fútbol. Se merece como persona que le vaya bien. Las veces que hablamos con él en cuarta tratamos de aportarle algunas cosas para que llegara, y por suerte llegó. Pero no sólo él, sino también Bastía, Arano, Mariano González. El poco tiempo que estuvimos tratamos de orientarlos para que sean grandes profesionales, y el tiempo fue testigo de eso.
-¿Por qué cree que en Racing cuesta tanto formar un ídolo?
Uno de los motivos es la velocidad con la que se juega a este deporte. Cuando está por nacer un ídolo lo primero que hace es irse, pero porque también le conviene a él. No dejamos de ser jugadores de fútbol y lo primero que queremos es quedarnos bien económicamente. No cualquiera gana tres o cuatro millones de euros de un día para el otro. No es como nosotros que jugábamos mucho tiempo y nos quedábamos porque estábamos felices.
-¿Qué es Racing en su vida?
Yo quiero a Racing todos los años campeón, soy un hincha más. Soy feliz viéndolo aunque tenemos que aceptar las malas. Todos nosotros vamos igual a la cancha pese a que después volvamos enojados. Me crié en Racing, mi familia es toda de Racing y si quiero que esté siempre bien es porque la gente se lo merece. Racing es parte de la historia del país, de la cultura, del deporte, de la política, de todo.
Su vida se verá siempre atravesada por la historia dorada que supo escribir -aunque de manera peculiar, con los pies- en un contexto donde Racing era aquel club temido por los rivales, pero también un orgullo cuando salía del país. Gracias a jugadores como Juan Carlos Cárdenas, el Chango, La Academia fue, es y será «El primer grande». Los palmarés no parecen incidir en la relación de este hombre para con el mundo. En sólo una charla se percibe su inmensa humildad, sencillez, optimismo y la emoción que tiene al transferir sus vivencias en el club de sus amores. Ese Racing que lo trajo de Santiago del Estero para convertirlo en «el Chango» y le estará eternamente agradecido por haber defendido, como lo hizo, aquella celeste y blanca que por entonces era de piqué y poseía un 9 a su espalda. Sus goles quedarán inmortalizados en las retinas de muchos, en los relatos de otros y en la imaginación de los más jóvenes. Infinitas son las gracias.

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